Francisca de Ribera y Niño. I Condesa de Olivares. +1574

Doña Francisca era hija de don Lope de Conchillos (501) y de doña María Niño de Ribera, prima del Duque del Infantado. Según el apologista de los guzmanes, Juan Alonso Martínez Calderón, era “de familia de las más estimadas y calificadas en el reino de Aragón”, gente letrada y trabajadora, con esta actividad, don Lope alcanzó el puesto de secretario de Carlos V (502), con el cual llegó a la imperial ciudad de Toledo.

El padre de doña María se sentía integrado dentro del grupo de conversos afincados en la ciudad de Toledo durante el siglo XVI, por otra parte la familia de su madre estaba igualmente emparentada  con otro converso, Juan Sánchez de Toledo, abuelo de Santa Teresa de Jesús (503).

Este tipo de parentescos y relaciones eran condicionalmente aceptadas, pero con el paso de los años cada vez se verían más incómodas por la sociedad castellana, por la obsesión de la limpieza de sangre, lo que perjudicó a las siguientes generaciones que trataban de ocultar su pasado familiar.

Esta problemática perjudicaría durante su carrera política al propio Conde Duque de Olivares, aunque realmente siempre ayudó y protegió a muchas personas de origen judío-conversa, posiblemente por la contribución financiera que estos últimos ofrecían a la Corona española.

De los varios hijos que tuvieron los Conchillos hubo una, doña Francisca, que poseía nobleza y hermosura, su belleza cautivó al tercer Conde de Fuensalida, con el que se casó, don Pedro López de Ayala era una de las más altas figuras de la nobleza toledana.

Murió pronto don Pedro, en su palacio de Fuensalida (504)  junto a  la iglesia de Santo Tomé (505), que guarda el lienzo del Greco el entierro del Conde de Orgaz (506), en el mismo aposento donde, más adelante, había de morir también la Emperatriz doña Isabel de Portugal (507).

Don Pedro, el I Conde de Olivares (508), vencedor de los comuneros, en edad y condiciones de casarse, se fijó en esta “viuda, de poca edad, rica, muy hermosa y virtuosísima”, además doña Francisca aportó al matrimonio una fortuna considerable.

En 1539 se celebró la boda “con la solemnidad, aparato y grandezas que se puede imaginar”,  y la vida confirmó el acierto de la elección de don Pedro, pues el noble hogar fue modelo de seriedad y felicidad, cosa que heredaron los siguientes Condes de Olivares, tanto su hijo don Enrique, como  su nieto don Gaspar.

Fueron nueve los hijos habidos en el matrimonio, el mayor fue don Enrique (509), padre del futuro Conde Duque de Olivares (510), y heredero de su Casa y Estado. Los demás, según el sexo, se repartieron en el servicio de Palacio, en la vida religiosa o en el ejército.

Uno, don Juan, alcanzó la gloria de acompañar a don Juan de Austria (511) en la Batalla de Lepanto (512), el tercero don Pedro, fue gentilhombre del Príncipe y futuro Rey Felipe III (513), según el Ayuda de Cámara e historiador, Matías de Novoa, obraba “con aspereza de condición”: después de ofender, se enojaba “y más parecía el agredido que el agresor, y él se tiraba así la piedra”. Tenía gran ambición cortesana y sentía celos violentos del Marqués de Denia, favorito del Príncipe.

Doña Francisca fue una mujer de raza, valerosa y prudente, su vida fue muy loable y era muy habitual sus visitas a hospitales para consolar y socorrer a los enfermos y dar limosnas a los pobres. Transmitió a su hijo, don Enrique, estas actitudes además de la rectitud y la austeridad castellana.

La Condesa de Olivares fue la principal valedora e impulsora de la construcción en 1560 de una gran obra asistencial en Olivares, el hospital bajo la advocación de Nuestra Señora de la Antigua y la Capilla de la Vera-Cruz.

Después de fallecido su marido en 1569, el I Conde de Olivares, cooperó la Condesa viuda, doña Francisca,  junto a su hijo don Enrique en poner en orden la administración y explotación económica de sus tierras, rentas y bienes, para ello comenzaron a otorgar y renovar todos los poderes dados a los gobernadores, administradores y mayordomos  del “Estado de Olivares”, de esta manera madre e hijo realizaron un aumento del Mayorazgo de la Casa de Olivares, mejoraron sus rentas  y dejaron en una mejor disposición el gobierno del II Conde de Olivares, don Enrique de Guzmán.

Doña Francisca de Ribera otorgó un codicilo y un memorial en 1574, en los que introdujo nuevos legados con respecto a los que había realizado en el testamento que había otorgado conjuntamente cinco años atrás con su difunto esposo, legó trescientos ducados para la construcción de la iglesia de Castilleja y dio ciertas instrucciones sobre sus exequias fúnebres y su enterramiento, el martes 30 de julio de este año moría esta I Condesa de Olivares.

Tras su fallecimiento fue enterrada junto a su marido en el Monasterio de San Isidoro del Campo (514). Su hijo don Enrique trasladó años después sus restos junto con los de su esposo a Olivares, hoy reposan en la cripta de la Colegiata (515).