En la iglesia parroquial de Santiago de la localidad sevillana de Castilleja de la Cuesta se conserva una escultura de la Virgen venerada como Nuestra Señora de la O, que basándonos en los datos que ofrecemos a continuación, creemos que puede identificarse claramente con aquella imagen, que se creía perdida, que la condesa de Olivares mandó hacer en Madrid a finales del año 1625 para que fuera luego estofada y policromada en la capital del reino por Francisco Pacheco, tal y como él mismo afirma y explica con todo detalle en uno de los capítulos de su libro Arte de la Pintura. Explica que le fue enviada la imagen, a instancias de la condesa de Olivares, por el maestro mayor del rey, el arquitecto Juan Gómez de Mora, con el propósito de que en el plazo de dos meses, y por un precio estipulado de 2.000 reales, procediera a su estofado y policromía [1].

El motivo de la realización de esta imagen está relacionado con unas circunstancias personales de gran importancia en la vida de los terceros condes de Olivares, y que por otra parte nos habla de manera bien elocuente de la mentalidad de los hombres y mujeres de esta época. El matrimonio había tenido tres hijos, dos de los cuales murieron al poco de nacer. La tercera fue María de Guzmán, para la cual obtuvo el conde en 1624 el marquesado de Heliche. Todas las esperanzas de los nobles estaban depositadas en la posible sucesión que pudiera sobrevenir de la boda de la que era su única hija legítima. La marquesa de Heliche, que entonces contaba dieciséis años de edad, contrajo matrimonio el día 9 de enero de 1625 con el marqués de Toral, Ramiro Núñez de Guzmán, que era dos años menor que ella. Con motivo de esta boda el rey concedió al conde de Olivares el ducado de Sanlúcar la Mayor, pasando entonces a convertirse en conde-duque, nombre con el que pasaría a la posteridad [2].  En los últimos meses de ese año la noticia del embarazo de María  llenó de gozo a sus padres. Fue entonces cuando, deseando gozar en tan importantes momentos del favor divino, decidieron hacer realidad el ya viejo propósito de poner en marcha la fundación de un convento de franciscanos descalzos. Hay que tener en cuenta que, desde mediados del siglo XVI, San Diego de Alcalá era el patrón de la Casa de Olivares, y el propio Gaspar de Guzmán detentaba desde el año 1623 el patronato de los capítulos de la Provincia de San Diego de Andalucía de los franciscanos descalzos [3]. Con tal motivo el Conde-Duque, según declara en su testamento otorgado en 1642, había hecho voto de “fundar un combento de Religiosos de San Francisco descalzos, el que he ya cumplido con la fundación que dexo hecha del en mi Villa de Olivares que después se ha trasladado a la mi Villa de Castilleja” [4].

Efectivamente, la fundación de este convento se llevó a cabo en Olivares el día 1 de febrero de 1626,tomando posesión del mismo el provincial de la orden fray Pedro del Espíritu Santo, con la asistencia del Cabildo de la Colegiata y de los representantes de los patronos, eligiéndose como primer Guardián a fray García de Aguilar [5]. El cronista sitúa la fundación en el año 1627, lo cual obedece a un error, pues María de Guzmán, a quien él mismo relaciona con la misma, falleció en julio del año anterior. El lugar elegido para establecer el cenobio fue un conjunto de casas contiguas al palacio que los condes tenían en la plaza principal de Olivares, frente a la iglesia colegial. Dadas las prisas con las que se llevó a cabo la fundación, se eligió una sencilla habitación para instalar el oratorio, según indica el cronista, con la promesa de los condes de continuar más adelante la construcción de la fábrica con mayor formalidad. Debido a que el hecho que había propiciado la fundación del convento fue el embarazo de la marquesa de Heliche, los patronos decidieron poner el mismo bajo la advocación de la Expectación de Nuestra Señora. Y fue precisamente por tal causa que la condesa de Olivares, mujer que según todos sus biógrafos hizo siempre gala de una profunda religiosidad, que causaba incluso extrañeza en el ambiente cortesano en el que se movía, decidió encargar la realización de una imagen de la Virgen representada e ese misterio para que presidiera el oratorio del nuevo convento de Olivares.

Explica Pacheco que cuando hubo terminado de policromar la imagen de la Virgen de la Expectación, ésta fue llevada a la Corte, donde pudo ser admirada por entendidos y artistas, de lo cual se sentía el especialmente satisfecho, tanto como de que fuera apreciada y valorada la obra en la considerable cantidad de quinientos ducados por Eugenio Caxés, pintor del rey, que lo había sido ya con Felipe III, artista que gozaba de un notable prestigio y que fue, junto con Vicente Carducho, el pintor más importante de Madrid hasta la llegada de Velázquez. Como testigos de este éxito profesional pone Pacheco a dos de sus principales amigos que se hallaban por entonces en la Corte, Juan de Jáuregui y Francisco de Rioja, y termina su larga alusión a esta obra diciendo que quien quisiere comprobar su calidad “la podrá ver hoy en Olivares, en el altar mayor de el convento de recoletos de San Francisco que fundó allí la Condesa, y a donde se traxo”. Así fue como efectivamente se hizo, pero a los pocos meses se produjo una trágica circunstancia  que provocó la desazón de los frailes y sobre todo la de los condes de Olivares, pues en el mes de julio la marquesa de Heliche dio a luz a una niña que en seguida murió, y a los pocos días también María falleció a causa de un accidente cerebral que le sobrevino tras el parto; ello provocó un inmenso dolor en sus padres, que a la vez que perdían  a su única hija, veían frustradas definitivamente sus esperanzas de una posible descendencia que garantizase su sucesión legítima.

Estos hechos tuvieron consecuencias negativas para el recién creado monasterio de Olivares, pues aunque según afirma el cronista de la orden, los fundadores expresaron sus deseos de continuar con la edificación, dotación y mejora material del mismo, la realidad fue que la depresión en que cayeron los condes durante los meses siguientes y su alejamiento de la villa hicieron que esas obras se paralizasen, y los fraile subieron de vivir en penosas condiciones durante los trece años que permanecieron allí.

En la localidad de Castilleja de la Cuesta existía otro monasterio, esta vez de monjas dominicas, titulado de la Concepción, que los condes de Olivares habían fundado poco antes  que el de Olivares, el 5 de enero de 1626, para cumplir un mandato testamentario del segundo conde, Enrique de Guzmán, recurriendo para ello a monjas venidas de diversos lugares de Castilla. [6]Mencionamos esta fundación porque en 1639 el conde duque y su esposa dispusieron una nueva fundación conventual, esta vez en la villa madrileña de Loeches, que sería destinada además a ser el lugar del enterramiento familiar. Pues bien, ese año los nobles dispusieron que las monjas que estaban en el convento de Castilleja se trasladasen al nuevo de Loeches. Los franciscanos descalzos de Olivares vieron en ello una oportunidad de mejorar su estado, y por medio de sus superiores rogaron a los condes que les cediesen a ellos el desocupado edificio de Castilleja. Así les fue concedido, y ese año de 1639 se trasladó de Olivares a Castilleja de la Cuesta el convento de Nuestra Señora de la Expectación, el cual alcanzó allí gran auge material y un notable aumento del número de religiosos, pues se convirtió además en casa de estudio y formación de la orden en la Provincia, lo que creó la necesidad de aumentar el espacio y mejorar la vieja fábrica, que databa de mediados del siglo XVI [7]. Todo ello hizo que a finales del siglo se comenzase la construcción de una nueva iglesia, que fue consagrada el 1 de junio de 1702, y que continuaba presidiendo la Virgen de la Expectación en el camarín de su retablo mayor. Tras la exclaustración de los frailes, el convento sería derribado en el año 1840, trasladándose algunas de sus imágenes a la cercana iglesia de Santiago y a la de la Concepción. Entre los pocos retablos que se salvaron de aquella iglesia conventual, uno preside actualmente la capilla de la Vera Cruz de Olivares.

 

 

[1] Pacheco, Francisco. Arte de la Pintura,  reedición de Madrid 1990, libro III, capítulo VI, pág. 463.

[2] Marañón, Gregorio. El conde duque de Olivares. La pasión de mandar. Madrid 1956, págs. 363-366.

[3] Herrera García, Antonio. El estado de Olivares. Sevilla 1990, pág. 137.

[4] Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Legajo 6.233, fol. 719 v.

[5] Jesús María, fray Francisco de. Crónica de la Provincia de San Diego en Andalucía de religiosos Descalzos de N. P. San Francisco. Sevilla 1724, libro V, cap. XII, págs. 599-602.

[6] Herrera  García. A. Op. cit. ,págs. 153-54.

[7] Jesús María, fray Francisco de. Op. cit. Pág. 601.