Nacimiento y juventud
Don Enrique de Guzmán y Ribera (301), II Conde de Olivares, nació el viernes 1 de marzo de 1540, en Madrid (348), “aunque tiene su naturaleza en Sevilla, y en ella y en la corte pasó todos los años de su niñez y mocedad”, según Juan Alonso Martínez Calderón genealogista de su hijo don Gaspar.
Su iniciación en el servicio de Palacio fue muy prematura, con tan solo catorce años acompañó junto a su padre don Pedro de Guzmán a Felipe II (302), siendo príncipe, en los viajes que hizo por Europa, también le acompañó como paje en la jornada de Inglaterra en 1554, cuando el príncipe fue a casarse con la Reina de Inglaterra, María Tudor (303).
Estuvo luego en la guerra de Nápoles (304) y en 1557 participó en la batalla de San Quintín (Francia) (305), donde fue herido en una pierna, quedando cojo, circunstancia que aprovechaba después como pretexto para no ir más que adonde quería y que usarían de manera cómica sus adversarios para llamarle “el cojo”.
Muy joven encauzó su vida por las vías civiles y diplomáticas, según Martínez Calderón “su capacidad, era mayor que sus años”, y con tan solo 19 años fue embajador extraordinario en Francia para el nuevo matrimonio del Rey Felipe II con la Reina Isabel de Valois en 1559 (306).
En 1561 obtuvo el hábito de la (349) Orden militar de Calatrava. En 1569 muere su padre y con 29 años hereda el Título y Casa de Olivares. Ese mismo año, el Rey Felipe II, mediante carta y Provisión Real, le nombra Alcaide de los Reales Alcázares y (350) Atarazanas de Sevilla y sus anejos, fechada en Madrid el 17 de septiembre de 1569. En 1570 estuvo presente en la cuarta boda del Rey Felipe II con su sobrina la archiduquesa Ana de Austria (307) celebrada en Segovia.
A pesar de su intensa actividad en la Corte, don Enrique de Guzmán, no se despreocupó de su “Estado de Olivares”, sobre todo en sus trece primeros años como Conde (1569-1582), sino que por lo contrario lo acrecentó con la ayuda de su madre, doña Francisca de Ribera. Fue un hombre capacitado, ambicioso y muy minucioso en los detalles, dedicó su larga y distinguida carrera al servicio de la corona.
En 1572, en sus obligaciones en la Corte, el Conde de Olivares, como Alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla (308) y en nombre del Rey, firmó con el Prior y Cónsules de Mercaderes de esta ciudad la escritura de asiento y capitulación para edificar la Casa Lonja de Sevilla (309), hoy Archivo General de Indias. En este mismo año don Enrique y su madre impulsaron unas nuevas ordenanzas para el Pósito de Olivares (310).
Corría el año de 1578 cuando el Conde de Olivares comienza las negociaciones para la compra del señorío de la Villa de Albaida (312) y su término, colindante al de Olivares, siendo la más importante adquisición de este Conde para la ampliación del “Estado de Olivares”. Mediante una Carta Real, escrita el 6 de agosto de este año en San Lorenzo del Escorial (351), se había delegado en Juan Ruiz Carrillo para que averiguase el número de vecinos y las rentas jurisdiccionales de Albaida que pertenecían al Deán y Cabildo de la Catedral de Sevilla.
Mediante una Real Cédula fechada el 15 de diciembre del mismo año en el Palacio Real del Pardo (352), fue desmembrada de la iglesia de Sevilla la Villa de Albaida que por este tiempo contaba con 241 vecinos, “con su jurisdicción civil y criminal, alta y baja, mero mixto imperio, con el derecho de elegir sus justicias y demás oficiales concejiles, con las rentas, penas de cámara y de sangre, caloñas y mostrencos, gastos de justicia y yantar que pagaba el Concejo de la Villa al Deán y al Cabildo, escribanía y demás pertenencias de la jurisdicción, señorío y vasallaje de la misma”.
La escritura definitiva de venta real por Felipe II fue expedida en Badajoz el 15 de julio de 1580.
Los actos de posesión se detallan en la escritura de esta manera:
“El corregidor de la Villa de Albaida Juan Carrillo, acompañado por los dos alcaldes ordinarios, los tres regidores, el alguacil, el mayordomo, los dos alcaldes de la Hermandad y el escribano del Concejo de la Villa, y que recibió Don Juan de Zúñiga, a quien los señalados oficiales concejiles, al reconocerle como a su señor natural, en reconocimiento y vasallaje se fueron para él y, hincadas las rodillas, le pidieron las manos, y él los recibió por sus vasallos graciosamente, así como a otros vecinos. Sentados luego en la audiencia pública en el lugar más preeminente de la Casa de Palacio, sita en la plaza, recogió y devolvió las varas de las justicias y los oficios de los demás cargos concejiles, en demostración de que entraba en posesión de la administración de la justicia y de la facultad de nombrar los oficiales de ella y, para patentizarlo, nombro alcalde mayor de Albaida, cargo nuevo en la Villa por pasar a ser de señorío, a un vecino de la misma llamado Per Antón. Igualmente tomo posesión de la cárcel y el pósito, cuyas tres llaves guardaban el depositario, un alcalde ordinario y el escribano, e luego incontinente, el regidor y los alcaldes ordinarios, sacaron al dicho señor Don Juan de Zúñiga, fuera de la Villa, a un sitio que llaman Torre Mocha (311), donde se descubre y se ve todo el termino y jurisdicción de esta dicha Villa, y de todo ello le dieron la posesión, así como de la escribanía del Concejo, reconociéndose los limites de dicho término, situado entre los de Heliche, Olivares y Sanlúcar la Mayor”.
La operación de pago se realizó mediante trueque entre las rentas que el Deán y Cabildo catedralicio poseían en Albaida, por el traspaso en propiedad de diez casas que don Enrique de Guzmán tenía en Sevilla situadas en las collaciones de (353) Santa María, (354) San Ildefonso, (355) San Salvador, (356) San Vicente y (357) la Magdalena. Con todos los requisitos y condiciones habituales la escritura de “Trueque, cambio y permuta entre el Cabildo de esta Santa Iglesia y el Conde de Olivares fue otorgada en Sevilla, el día 26 de octubre de 1582”.
En 1605, después de 25 años de haberla adquirido, el Conde de Olivares compró a la Real Hacienda las alcabalas de la villa de Albaida.
Su familia
Durante este proceso de la compra de la Villa de Albaida, centró sus deseos en contraer matrimonio y estuvo a punto de hacerlo con la sevillana doña Isabel de Zúñiga, hija de Alonso de Ortiz de Zúñiga y Juana de Quesada. Aunque terminaría casándose con una noble castellana de la Casa de Monterrey.
La mujer de don Enrique, doña María de Pimentel, la II Condesa de Olivares, fue una mujer extraordinaria, austera, religiosa, severa e influyente, características que heredó su hijo don Gaspar de Guzmán. Siendo niña y estando postrada por la enfermedad en el Palacio de Monterrey de Salamanca (313), fue visitada por Santa Teresa de Jesús (358), quien al parecer obró una curación milagrosa, por lo que veneró toda su vida a la Santa salmantina.
Su hijo don Gaspar, a semejanza de su madre, fue gran devoto de la Santa de Alba de Tormes, y se enorgullecía de tener entre sus reliquias el corazón de Santa Teresa (339a) guarnecido de diamantes, esta reliquia la legaría a la reina, Isabel de Borbón (339b).
La boda se celebró en Madrid, en 1579, el con 39 y ella con 30, muy mayores para la época. Doña María aportó al matrimonio una suculenta dote, 60.000 ducados y proporcionó a don Enrique el parentesco con varias de las familias más importantes de Castilla, los Monterrey, Fuentes o Frías.
Doña María de Pimentel y Fonseca era una noble salmantina nacida en 1549 en el palacio de Monterrey de Salamanca, hija de don Jerónimo de Fonseca y Zúñiga, IV Conde Monterrey (314), salmantino, y de Doña Inés de Velasco y de Tovar, burgalesa de Berlanga (343). Nos podemos figurar su semblante por el parecido de su hija Leonor María (315), llena de inteligencia, nobleza y voluntad.
Fue tan ejemplar su vida que, según Martínez Calderón, su confesor, el jesuita padre Juan de Cetina, escribió su historia, después de su muerte. Tuvo buena mano para los negocios, hasta el punto de que su marido le confió la gestión y las cuentas de la casa.
Durante su estancia en Roma y el Virreinato de Sicilia colaboró con su marido, planeando y realizando grandes obras sociales y de caridad entre los pobres, entre ellas la fundación de un refugio, en Palermo, para acoger a prostitutas y mujeres abandonadas a las que socorría e intentaba reformar.
Fue coleccionista, durante los años que estuvo en (359) Roma y (360) Palermo, de reliquias sagradas y obras de arte, y además, ayudaba directamente a su marido “tomando las cuentas de los gastos con presteza y prudencia, ayudándole asimismo con tener correspondencia de muchas cosas que le podían embarazar”. El Papa Sixto V, el enemigo de su marido, le llamaba “la Santa Condesa”, por su religiosidad y ser tan piadosa.
Murió por sobreparto en 1594 a los cuarenta y cinco años, al nacer su hija Ninfa, en la ciudad siciliana de Palermo.
En los quince años de matrimonio de los segundos Condes de Olivares nacieron los siguientes hijos; el primero fue don Pedro Martín, que se educaría junto a su familia materna en la casa de Monterrey en Salamanca, en ese palacio se cayó por un corredor, falleciendo a los siete años de edad.
Don Jerónimo, fue educado como primogénito, al faltar el anterior. Le llevaba como tal su padre a Sevilla para instruirle en el gobierno de la futura hacienda, y a la vuelta de uno de sus viajes, murió a los veintiún años en la villa toledana de Oropesa (344), al caer del caballo, el martes 16 de noviembre de 1604. Entonces ascendió a primogénito el tercer varón, don Gaspar de Guzmán (346a), el futuro Favorito de Felipe IV (346b).
La cuarta hija fue doña Francisca, que se casó con el V Marqués del Carpió, Diego López de Haro Sotomayor, quien tuvo dos hijos; don Luis de Méndez de Haro (345), sucesor de su tío don Gaspar en la privanza de Felipe IV, y don Enrique, futuro cardenal, malogrado cuando ascendía con las miras puestas en el papado.
La hija quinta fue doña Inés, que casó con el VII Marqués de Alcañices, Álvaro Enríquez de Almansa, en cuyo palacio de Toro había de morir el Conde Duque.
Nació luego doña Leonor María (347), interesante mujer, intrigante y despierta, esposa de su primo el VI Conde de Monterrey, (62) Manuel de Acevedo y Zúñiga. Vinieron después al mundo doña Mayor y don Gabriel, que murieron siendo niños y finalmente doña Ninfa que murió en Palermo costándole también la vida a su madre.
Embajador en Roma ante la Santa Sede
Heredó la Casa de Olivares al morir su padre, en 1569 a los 29 años, y continuó sirviendo en delegaciones de confianza del Monarca hasta que en junio de 1582, a los cuarenta y dos años, y en vista de sus servicios y aptitudes el Rey le encargó la embajada de Roma (317), cargo que ocupó hasta 1591, tratando en este tiempo con los Papas Gregorio XIII (318), Sixto V (319), Urbano VII (320) y Gregorio XIV (321), siendo un celoso defensor de los intereses de su Rey.
Las embajadas en esta época, eran cargos muy honoríficos y de notable distinción, aunque resultaban con frecuencia costosos para las personas que los desempeñaban, y así le ocurrió al Conde de Olivares, los gastos ocasionados en la embajada romana durante los nueve años que ejerció el cargo fueron superiores a las sumas que por ayudas de cago o de representación pudo recibir.
A la embajada de Roma se llevó a su hermano don Pedro de Guzmán, allí se presenta como un activo miembro del séquito de la embajada española, también se le documenta como miembro de la Orden de Santiago en el nombramiento de otros caballeros de dicha Orden en la iglesia de Santiago de los Españoles y comienza una fructífera y amplia colección de obras de artes.
El temperamento de don Enrique era vehemente y orgulloso, llegando a comprometer las relaciones de España con la Santa Sede durante el papado de Sixto V. Este Papa era de genio indomable y batallador, tenía horror a las intrigas e iba siempre a la raíz de los problemas. Su choque con otro hombre de igual temple moral, como el embajador don Enrique, tenía que ser inevitable.
La discordia principal surgió porque el Papa, cuya antipatía hacia Felipe II era manifiesta, no quiso censurar a los católicos franceses que apoyaban a Enrique de Navarra (322) contra la Liga patrocinada por el Monarca español. El embajador le pidió esta censura y luego se la exigió con amenazas, pero Sixto V se opuso.
El Papa quiso expulsar al colérico Olivares y solicitó varias veces su cese y reemplazo. Felipe II, cauteloso, no desaprobó a su embajador, pero no se atrevió a sostenerle más contra la oposición del Pontífice, resolviendo al fin la muerte, pues el Papa fallecía poco después.
En la “Epitome de los Guzmanes de Martínez Calderón”, se mencionan varias anécdotas de las relaciones entre el Papa y el embajador. Una de ellas dice así: “Don Enrique, dice este manuscrito, llamaba a sus criados con una campana y como esto sólo lo podían hacer, según la Santa Sede, los cardenales, Sixto V envió a su privado, el cardenal Pereto, a rogar al embajador que no la tocase. El embajador de Francia se unió a la petición pontificia y hasta se despacharon letras apostólicas con censuras contra el Conde. Don Enrique de Guzmán, enfurecido, tuvo tres audiencias con el Papa, exigiéndole que le dejase la preeminencia de llamar a su servicio tocando la campana, en atención a que su Rey era el mayor Príncipe del orbe y a que la Santa Sede extraía sólo de España dos veces más dinero que de todo el resto de la cristiandad. No cedió Sixto V, y obligado el Conde de Olivares a renunciar a la campana, ideó llamar a sus criados disparando cañonazos; con lo que el Pontífice le envió a mandar tuviese campana para quitar el escándalo y temblor que en Roma se causaba cuando se disparaban las piezas, y desde entonces utilizaron los embajadores de España la campana con permisión pontificia”. Otra vez, mientras hablaba con el Papa, jugaba este distraídamente con un perrillo faldero, lo cual encolerizó a don Enrique y se lo quitó, poniéndole en el suelo.
Estas actitudes frente al Papa del embajador español, eran puramente políticas, sin menoscabo de su profunda fe y muy de acuerdo con la táctica de su señor, don Felipe II, que también supo armonizar su catolicismo con su energía ante el Vaticano. El Conde de Olivares fue, pese a estos desplantes, muy religioso.
Con el sucesor de Sixto V, el Papa Gregorio XIV, tuvo amistad estrecha, sin duda para compensar las riñas del anterior papado, y quién sabe también si porque el Papa nuevo, de espíritu conciliador, evitó, con un trato delicado, el tener desencuentros con el embajador español.
La Capilla Mayor de Olivares
Fruto de este acercamiento entre el nuevo Papa y el Embajador ocurrieron dos hechos muy importantes que marcarían el discurrir histórico de la Villa de Olivares, centro de su “Estado”.
El primero de ellos fue el 18 de septiembre de 1590 con la obtención de la licencia por parte del Papa Gregorio XIV, fue la fundación de una capilla bajo la advocación de Santa María La Mayor de las Nieves (376), filial de Santa María La Mayor de Roma (323).
El motivo de la fundación de la Capilla y posteriormente Colegiata de Olivares no fue otro que el agradecimiento de los Condes de Olivares al Señor por los favores que les había concedido por la intercesión de la Virgen que se veneraba en la Basílica romana de Santa María la Mayor, durante los años que residieron en dicha ciudad.
Su hijo, don Gaspar de Guzmán, en los Estatutos que el mismo redactó en 1626 para el buen gobierno de la Colegiata nos lo contaba así: “Por cuanto Don Enrique de Guzmán, Conde de Olivares, Contador de Cuentas de Castilla, y Alcayde de los dichos Alcázares, Embaxador que fue de la Corte Romana, y Viso Rey de los Reynos de Sicilia y Nápoles, por la magestad Católica del Rey nuestro Señor Don Felipe Segundo, y de los dichos Consejos de Estado y Guerra del Rey nuestro Señor Don Felipe Tercero de este nombre, Comendador de Vívoras en la Orden de Calatrava, y la Condesa Doña María Pimentel y Fonseca, su mujer, Mis Señores y Padres que santa gloria ayan: en reconocimiento de las muchas mercedes que por intercesión de la Sacratísima Virgen, recibieron en su Santo Templo de Santa María La Mayor de Roma, de la poderosa mano de nuestro Señor, fundaron una Capilla con su Capellán Mayor y doce Capellanes, y otros Ministros en la dicha su Villa de Olivares, debaxo de la advocación de Santa María La Mayor de las Nieves, en recomendación de haber pasado en el sitio del dicho Santo Templo el milagro de la nieve, que cayó a cinco de agosto, por señal de que allí se edificase, el primer Templo de aquella Ciudad a su santo nombre, y la dotaron, así de bienes propios, como de la renta eclesiástica, que la santa memoria de Gregorio Decimoquarto le hizo gracia y anexión para que en ella fuese la Sacratísima Virgen honrada y reverenciada, y nos quedase exemplo a sus descendientes para aumentar y acrecentar esta obra, y por ello mereciésemos recibir otras tales mercedes de nuestro Señor por intercesión de su Benditísima Madre”.
El Capilla Relicario de Olivares
El segundo hecho fue la paciente colecta de reliquias que llevaron a cabo los Condes de Olivares, siendo la Condesa, doña María de Pimentel la verdadera protagonista de esta labor.
Las reliquias, según la historiadora e investigadora Juana Gil-Bermejo, fueron sacadas de Roma con licencia de los tres Papas anteriormente citados, e incluso en algún caso con la intervención del propio Rey Felipe II, también muy aficionado a coleccionarlas, formó un gran relicario en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial.
La Condesa se encargaba de visitar iglesias y monasterios en Roma, donde previa autorización encargaba la extracción de numerosas reliquias de santos y mártires, cada reliquia llevaba incorporada su “auténtica” o certificado de autenticidad de la misma.
Desde su traslado de Roma a Sevilla se conservan tres inventarios, el primero de ellos está encabezado con el título de “Cargo de las reliquias que se han enviado para la Capilla de Olivares” y está fechado en 1595, el segundo fue mandado realizar por el tercer Abad de Olivares don Juan Bautista Navarro (324) en el siglo XVII y el tercero fue redactado en 1827 por José Alonso Morgado y publicado en la revista Sevilla Mariana.
Estas reliquias están guardadas en relicarios en forma de brazos o cabezas de madera dorada, palmatorias, pirámides, fanales o arquetas, estas últimas algunas de plomo o madera dorada.
El relicario de Olivares (316), pasa por ser uno de los más completos de España. Las reliquias permanecieron guardadas, más de treinta años después de que llegaran desde Roma enviadas por los Condes, en la vivienda que en el Alcázar de Sevilla tenía el primer Abad, don Francisco Fernández Beltrán, (325), mientras se edificaba su capilla.
Refiriéndonos a los Estatutos para la Colegiata (326), el propio don Gaspar de Guzmán dispone en ellos que dicha capilla debía colocarse junto al presbiterio, que la fábrica debía de ser de piedra y rematada en bóveda, y que debía tener dos puertas de rejas doradas a los lados, además de otra reja que separara la capilla de la entrada, forrada con una cortina de tafetán carmesí para proteger las reliquias del polvo.
Igualmente establece que en dicha capilla se colocasen las alacenas y nichos necesarios con toda la decencia y adorno necesarios, así como que en el testero principal se hiciese un altar con un retablo en el que figurase el nombre de todos los santos, y donde se pudieran poner velas encendidas cuando fuese necesario. Por último, nos dice como debían exponerse y sacarse en procesión las reliquias, así como su custodia conjunta por el gobernador del Estado, el Abad y el tesorero de la iglesia.
En julio de 1632, tras morir el primer Abad, el Cabildo de la Colegiata comisionó al tesorero para que las recogiese con todas sus bulas y papeles. Las reliquias llegaron a Olivares en el mes de octubre procedentes del Alcázar sevillano y fueron depositadas en el palacio condal, en el cuarto donde tenía su aposento el Abad, hasta que en mayo de 1658 terminadas las obras de la colegial “llevaron a cabo la colocación de las reliquias con toda la solemnidad que conviene, con oficio de pontifical presidido por el Abad, rezando el común de los mártires con procesión general por la Villa llevando todas las reliquias”.
Además de las traídas a Olivares, también envío otra muy importante a San Isidoro del Campo en Santiponce; el cuerpo entero de San Eutiquio mártir (327a), que le había regalado Sixto V y que fue trasladado en 1590 a Sevilla, aunque su entrega se realizó en noviembre de 1600 por el Capellán Mayor de Olivares el licenciado Gerónimo Abad Beltrán, quien cumplió, en nombre del Conde, la misión de su entrega al Prior del Monasterio de San Isidoro del Campo con celebre pompa que se conserva descrita en su arca funeraria (327b). El acto estuvo revestido de gran solemnidad por el acompañamiento de caballeros, gran número de gentes del pueblo y la capilla de música de la catedral de Sevilla.
Los Virreinatos italianos
Para compensarle de la pérdida de la Embajada de Roma, Felipe II nombró a don Enrique de Guzmán, Virrey de Sicilia (328) (1591 a 1595), quien tenía su residencia en el Palacio de los Normandos en Palermo (329). En julio de 1595 pasó a ser Virrey de Nápoles (330) hasta 1599, el Palacio de los Virreyes (331) era su estancia.
En esta época los virreinatos italianos eran los más rentables después de los de las Indias. Su actividad política en ambos Virreinatos dejaron el recuerdo de una gestión eficaz y beneficiosa, se descubre en él las dotes de energía, prudencia, amor al pueblo, honestidad y capacidad organizadora, típicas de un gran político y antecedente clarísimo de las aficiones de su hijo y de todo lo bueno que éste demostró en su privanza.
En ambos reinos realizó grandes obras públicas y reformas que mejoraron tanto la convivencia de los ciudadanos sicilianos y napolitanos. Doménico Antonio Parrino empieza su biografía así: “Si España gloriosamente se envanece de haber dado al mundo un Séneca, maestro de la filosofía moral, puede con mayor razón envanecerse de haber dado a sus Monarcas un ministro, oráculo de la política, como don Enrique de Guzmán, Conde de Olivares”. “Todas sus obras fueron gloriosas y magníficas”. Pietro Gianonne (369), historiador italiano decía de él lo siguiente: “El Conde de Olivares fue uno de los políticos más hábiles y más prudentes que tuvo España en estos tiempos”.
Por entonces don Enrique fue llamado “el gran papelista, por su gran experiencia, la facilidad que tenía para el despacho de los asuntos políticos y por estar siempre ocupado de pleitos públicos y rodeado de papeles y escrituras” según Gianonne. No se cansaba de dar audiencias. Era extremadamente minucioso y se esmeraba en resolver, él mismo, los menores pleitos de su mando.
Fue extremadamente austero frente a la tendencia a las dádivas y contubernios, tan fáciles y frecuentes en aquel ambiente social. Emprendió grandes obras de reforma y ornato público. Intentó disminuir la licencia de las costumbres de la nobleza, el lujo y decoro en los trajes y tocados. Publicó cerca de treinta y dos pragmáticas, “todas por igual útiles y prudentes”, (Gianonne).
Estando en el gobierno de Nápoles (361) le llegó a principios de octubre de 1598, una de las noticias que más dolor le causó en el transcurso de su carrera política, (371) la muerte de su amigo y señor el Rey Felipe II acaecida el 13 de septiembre en San Lorenzo del Escorial.
El Virrey don Enrique decretó tres días de luto riguroso y un solemne funeral en la catedral de Nápoles, en el que participó activamente el pueblo napolitano, para dicha realización dispuso una gran celebración apoyada por artes visuales, orales y escritas.
Los preparativos duraron varios meses por todo lo que hubo que organizar en un acontecimiento de tan elevado valor político y simbólico, no llegándose a celebrar el funeral hasta finales de enero de 1599. El Conde de Olivares mandó hacer un gran catafalco funerario en honor a Felipe II.
Testimonio escrito del aparato con que se celebró oficialmente la muerte del Rey es el notable volumen titulado (370) “La pompa funerale fatta in Napoli nell’essequie del Catholico Re Filippo II di Austria”, escrita por Octavio Caputi di Cosenza, 1599. (Encarnación Sánchez García).
El Monte Fideicomiso de la Casa de Olivares
Durante estos virreinatos, don Enrique de Guzmán, comenzó los primeros intentos para la fundación del Monte Fideicomiso de la Casa de Olivares, una institución relacionada con sus bienes propios y con los pertenecientes a su Mayorazgo, con la organización de su “Estado” y con la seguridad y respaldo económico de sus sucesores y demás miembros de su descendencia.
El Conde conoció la estabilidad económica y el funcionamiento de los Montes de Piedad italianos, prueba de ello es la inscripción que existe en el friso del portal de entrada en el Palacio del Monte de Piedad de Nápoles (374) que dice así: “PHILIPPO III REGE HENRICO GUZMAN. OLIVARES COM. PRO REGE A. SAL. MDIC” (375) traducido: “Bajo el gobierno de Felipe III y el virreinato de Enrique Guzmán Conde de Olivares en el año del Señor 1599”. Estas instituciones contaban ya con más de cien años de actividad en Italia, el de Monte de Olivares fue uno de los primeros existentes en España.
La escritura de fundación del Monte Fideicomiso de la Casa de Olivares (332), fue otorgada en Valladolid en 1605, en esta escritura se disponían los fines principales del mismo:
a) “Obras pías, tales como la Capilla de Olivares, socorro de necesidades de los vasallos de la casa y de los feligreses de las iglesias donde aquella Capilla tuviese beneficios anejos, ayudas para los conventos de monjas pobres de Sevilla, redención de los dichos vasallos y feligreses cautivos, donación de cálices y ornamentos sagrados a las iglesias de los lugares del Estado, etc…”
b) “Dotes para las hijas de los señores de la Casa de Olivares, especificándose cuantías, condiciones y circunstancias, así como para aquellas que entrasen en religión, incluyéndose explícitamente a las hijas de su hermano don Pedro de Guzmán, que había dejado preñada a la señora doña Francisca Osorio, su mujer.”
c) “Redención de censos situados sobre la Casa y adquisiciones en acrecentamiento de ella, extendiéndose en largas instrucciones precisas para llevar a cabo su ejecución y para cuyo fin ha de ser dedicado todo el beneficio que quedase de las rentas del Monte, una vez cumplidas las anteriores obligaciones.”
Los administradores del Monte Fideicomiso eran tres, el Capellán Mayor de la Capilla de Santa María de las Nieves de Olivares y dos prebendados de la misma.
Don Enrique vuelve a España
Tras la muerte de Felipe II, y después de haber desempeñando distintos cargos diplomáticos durante 18 años en Italia, volvió a España en 1600, siendo nombrado por Felipe III (333), Consejero de Estado y Contador Mayor de cuentas, lo que hoy podría ser Ministro de Hacienda. En 1601 envió a estudiar a su hijo don Gaspar a la (363) Universidad de Salamanca, de la que fue Rector.
Don Enrique de Guzmán vivió corrientemente en la Corte, entre Valladolid (341) y Madrid (342) junto a los monarcas Felipe II y Felipe III (364). Viviendo en la corte vallisoletana conoció a (365) Juan de Roelas con el que mantuvo una estrecha amistad que sirvió al pintor flamenco para obtener una capellanía en Olivares.
El Conde y su primogénito se trasladaban ocasionalmente a visitar sus posesiones del “Estado de Olivares”. Después de los dieciocho años de su estancia en Italia, la primera noticia de que se tiene constancia de su viaje a Olivares es en 1603, “para estar allí cuatro meses a poner en orden las cosas de su casa, a las cuales no ha podido atender después que vino de Italia”.
La administración y explotación de sus bienes raíces, enclavados todos en la tierra sevillana, la llevó el Conde por medio de un conjunto de administradores y funcionarios de todo tipo, Gobernadores Generales de su “Estado” como Hernando de Aguilar o Juan Gallardo de Céspedes que además fueron lugartenientes de la Alcaldía de los Reales Alcázares de Sevilla. Contadores del “Estado”, como Cristóbal de Ipeñarrieta, Cristóbal Ximenez, Gabriel Rodríguez de Alaejos y Juan Pérez de Ocariz.
Mayordomos de Olivares, como Juan de Fuentes y Juan de Ledesma, Mayordomos de Castilleja de la Cuesta y Castilleja de Guzmán, Miguel de las Casas y Andrés Hernández. Camareros como Antonio de Carranza y Pedro de Oribe. Y Tesoreros como, Antonio de Salazar, Juan de Vargas, Diego de Guzmán Salucio, Esteban de Amundarain o Francisco Moscoso.
Por medio de estos funcionarios se realizaba la explotación de las tierras de los Condes de Olivares y se efectuaba la recaudación de las rentas. Las tierras, que en su totalidad se hallaban en los términos de su señorío en el Aljarafe, eran explotadas directamente o arrendadas o a través de cesiones a largo plazo o perpetua a cambio de un pago anual.
Estos años serían muy importantes en el comercio de productos agrícolas a las Indias, siendo el más importante la exportación de vino del Condado de Olivares. En el inventario de bienes libres de don Enrique de Guzmán se relacionan distintas deudas por el envío de determinadas cargas de vinos en 1602, otras 368 pipas de vino enviadas al Nuevo Mundo en 1605 en la flota de Alonso de Chaves u otras 479 pipas de vino enviadas en 1606. Además hay relación de otros productos exportados, aunque en menor cantidad como arrope o plantones de olivo a Nueva España actual Méjico (334).
Según el historiador don Antonio Herrera García (335), el capital estimado que había reunido el II Conde de Olivares en estos primeros años del siglo XVII era de más de trescientos millones de maravedís lo que vendría a equivaler en poder adquisitivo de 1987 a más de dos mil quinientos millones de pesetas.
La oposición a la Grandeza
Pero en la vida y gobierno de don Enrique hay otro rasgo importante, su animadversión a la nobleza. En el gobierno de Sicilia y Nápoles aparece, como un hombre afable, muy diferente del iracundo embajador de Roma. Se irritaba fácilmente con los personajes de la aristocracia.
Atendía al último de los indigentes, pero según sus biógrafos, “no se cuidada para nada de la nobleza que llenaba sus antecámaras” y atacaba “particularmente la vanidad de los títulos”. Las severidades del Conde de Olivares, fueron tales que, habiendo hecho encarcelar al Marqués de Padua, el diputado Tuttavilla fue a España y acusó al Virrey de “las violencias contra la Nobleza” ante el Rey Felipe III, que acordó por estas y otras razones, sustituir al Virrey por el Conde de Lemos. La despedida popular fue entusiasta, y don Enrique, por las calles, gritaba al pueblo, “Me voy por defender vuestros derechos”.
La Grandeza de España era su obsesión, y la creía justa, después de sus servicios y los de su padre a la Monarquía y a España, este título le hubiera supuesto una posición incuestionable entre las grandes familias de Castilla. Le hicieron miembro del Consejo de Estado y Contador Mayor de Cuentas, oficios muy fértiles y elevados, pero no le dieron la Grandeza y con esta pena y rabia murió, aunque antes lo transmitió a su hijo don Gaspar, el cual tuvo siempre el ansia de cumplir este anhelo para sí y para honrar la memoria de su padre.
Fue don Enrique un buen administrador hasta el final de sus días, se preocupó de realizar las mejores disposiciones para el mantenimiento de sus bienes. Cuando su hijo don Gaspar de Guzmán heredó la Casa de Olivares, las rentas del Mayorazgo fundado por su abuelo en 1563 y aumentado por su padre tenían un valor anual de 60.000 ducados anuales equivalente a 170 millones de las antiguas pesetas.
Testamento, muerte y traslado a Olivares
En el testamento que realizó el Conde poco antes de morir aparecen una serie de cuestiones que le preocupaban, por un lado el Monte Fideicomiso de la Casa de Olivares que había constituido dos años antes para que se cumpliera todo su conjunto, y por otro lado su atención para la construcción de su capilla y para su enterramiento en la Capilla Mayor de Olivares, en fase de construcción, para la cual estaban destinadas rentas del Monte para sufragar los gastos de tal capilla. Un monje de San Isidoro del Campo (336), donde estaban enterrados los primeros Condes de Olivares, escribía por estos años que “el Conde don Enrique de Guzmán quiere hacer un suntuoso sepulcro para enterramiento de sus padres y el suyo propio en la Villa de Olivares”.
Murió don Enrique a los sesenta y siete años, en su palacio madrileño cercano a la iglesia de San Pedro (340), el lunes 26 de marzo de 1607, según Luis Cabrera de Córdoba, historiador de la época, por un “tabardillo encubierto”, enfermedad parecida al tifus y transmitida por piojos, con fiebre alta y erupciones en todo el cuerpo. El cadáver fue depositado en el Noviciado de la Compañía de Jesús (37) de esa ciudad que había fundado su hermana doña Ana Félix de Guzmán, Marquesa de Camarasa. Entregó el cuerpo don Baltasar de Zúñiga (68) y lo recibió el padre Francisco Aguado que figurará mucho en la vida de su hijo, el Conde Duque.
Años más tarde, su hijo y heredero don Gaspar de Guzmán hizo efectivo el deseo testamentario de su padre, su cuerpo fue trasladado a la cripta de Olivares (338), acompañado por el Abad Mayor don Francisco Fernández Beltrán y don Cristóbal Ximenez Gómez, contador del Conde Duque, y con otros muchos criados suyos. Don Enrique había dispuesto en su testamento que cuando su cuerpo fuese llevado a Olivares, fuesen recogidos los de sus dos hijos fallecidos con anterioridad.
En el largo viaje desde Madrid a Olivares, el cortejo pasó en primer lugar por el Convento de Santa Úrsula en Salamanca (366), para recoger los restos mortales de su primer hijo don Pedro Martín de Guzmán fallecido en esta ciudad siendo niño y que fue enterrado en el panteón de los Condes de Monterrey.
Más adelante pasaron por la villa toledana de Oropesa, para recoger los restos mortales de su segundo hijo don Jerónimo de Guzmán, sepultado desde 1604 en el panteón de los Condes de Oropesa del (367) Monasterio de San Francisco, tras haber fallecido allí.
El cortejo fúnebre, con gran pompa y boato, estaba compuesto por las tres carrozas fúnebres, varios carruajes y acompañados de la caballería, tras llegar dicho cortejo a la villa de Olivares, centro de su “Estado”, se organizó un gran funeral en honor al Conde y sus hijos, tras su finalización sus restos mortales fueron depositados en el Panteón Condal (372-373).