El miércoles 23 de abril de 1625 fallecía en la villa de Olivares, a los cincuenta y cinco años de edad, el pintor Juan de Roelas. Tras su muerte, su cuerpo fue revestido con el hábito de canónigo de la colegial y velado durante dos días en la Colegiata de Santa María La Mayor de las Nieves. Colocado su féretro sobre un túmulo funerario, se celebraron diversas misas por el descanso de su alma, culminando con el solemne funeral oficiado por Francisco Fernández Beltrán, primer Abad de la Colegiata.

Juan de Roelas

El viernes 25, concluido el ceremonial funerario, sus restos fueron conducidos con solemnidad por el cuerpo de prebendados de la Abadía hasta la cripta situada bajo la Capilla Sacramental, lugar de enterramiento reservado a los canónigos de la colegial. En el libro de difuntos del año 1625, su entierro quedó registrado de forma escueta: “En la villa de Olivares fue enterrado en la sepultura de la iglesia el licenciado Juan de Roelas, prebendado de la iglesia colegial de dicha villa…”

Así concluyó la vida de uno de los grandes maestros de la pintura española del Siglo de Oro. Juan de Roelas dejó tras de sí una estela de discípulos y una obra que marcó un punto de inflexión en la pintura sevillana. Fue, como se ha dicho, “el maestro ideal de los mayores pintores españoles del siglo XVII”. Su magisterio alcanzó tanto a quienes recibieron enseñanza directa, como a aquellos que, estudiando sus obras, absorbieron su decisiva influencia. Entre los primeros se encuentran figuras como Francisco Varela, Francisco de Herrera el Viejo, Juan de Uceda o Juan del Castillo, así como los grandes genios de la generación siguiente: Diego Velázquez, Alonso Cano, Bartolomé Esteban Murillo o Francisco de Zurbarán, quienes continuaron la senda naturalista que Roelas supo abrir.

Nacido en Flandes hacia 1570, llegó a Valladolid en 1594 acompañando a su padre, el también pintor, Jacques de las Roelas. En la ciudad castellana, por entonces corte del reino, participó en 1598 en la ejecución del túmulo funerario que la Universidad erigió para las exequias de Felipe II. Allí cursó estudios de humanidades y recibió la ordenación sacerdotal. Fue en ese ambiente cortesano donde trabó relación con el II Conde de Olivares, Enrique de Guzmán, y con sus hijos, recién llegados de Italia tras ejercer distintos cargos diplomáticos. Tras conseguir su protección, Roelas se trasladó a la villa sevillana de Olivares para ocupar la plaza de capellán de la Capilla Mayor de la Santa María La Mayor de las Nieves, con la que le había dotado el Conde.

Su llegada a Olivares marcó el inicio de una fecunda etapa artística. La cercanía con Sevilla, por entonces una de las ciudades más importantes y dinámicas de Europa, le permitió desarrollar una intensa actividad pictórica, ganando pronto reconocimiento y encargos de prestigio. En estos años ejecutó algunas de sus obras más celebradas, como el monumental retablo de la Casa Profesa de los Jesuitas (hoy iglesia de la Anunciación, 1604), el imponente lienzo de Santiago en la batalla de Clavijo para la Catedral (1608), o La visión de San Bernardo (1610), destinada al hospital sevillano del mismo nombre y hoy conservada en el Palacio Arzobispal.

En 1612, tras ser admitido como hermano de la Hermandad Sacramental de San Pedro ad Vincula, pintó La liberación de San Pedro. Un año más tarde, entregó El Tránsito de San Isidoro para el altar mayor de la iglesia de San Isidoro. En 1615 realizó el Martirio de San Andrés, patrono de los flamencos, y La educación de la Virgen, hoy en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Para Enrique Valdivieso, catedrático emérito de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla y uno de los grandes estudiosos de Roelas, recientemente fallecido junto a su esposa en un trágico accidente, el pintor flamenco fue “el primer artista de la historia de la pintura sevillana que supo humanizar lo divino y acercar el espíritu religioso a la mentalidad popular”. A ello contribuyó, sin duda, su doble condición de pintor y clérigo: “conocía el alma del pueblo y supo vincular perfectamente el misticismo del cielo con el naturalismo de la tierra”. Su prestigio fue tal que llegó a ser considerado el pintor más importante de Sevilla en su tiempo.

Entre 1616 y 1620, Roelas residió en Madrid, donde aspiró —aunque sin éxito— a la plaza de pintor de cámara del rey Felipe III. Pese a ser el candidato propuesto en primer lugar por la Junta, fue desplazado por el favor palaciego a Bartolomé González, artista de menores méritos.

Tras este período en la corte, regresó a Olivares en 1620, donde retomó con renovado empeño la actividad en su taller, acompañado por varios discípulos. En esta última etapa creó obras como La Sagrada Familia para la Casa Cuna de Sevilla o la Virgen de la Merced de la Catedral. Sus últimos encargos, realizados entre 1623 y 1624, provinieron del VIII Duque de Medina Sidonia para la iglesia de Nuestra Señora de la Merced en Sanlúcar de Barrameda.

Roelas, ya no volvería a salir de Olivares. Allí murió hace ahora 400 años. Desde hoy, y a lo largo de un año, la villa que lo acogió celebrará su memoria con distintas actividades culturales destinadas a honrar la vida y la obra de este pintor fundamental en el tránsito del Renacimiento al Barroco.

Juan de Roelas
Conde Duque de Olivares
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